O el desencuentro de dos vibraciones culturales.
Tecpán-Coactemalan (palacio rodeado de bosque), fue la manera que nombraron los extranjeros el territorio que tenían ante sus ojos. Se trata de una expresión náhuatl, porque los conquistadores españoles se adentraron en estas tierras acompañados de indígenas mexicanos, inaugurando con aquella marcha tortuosa una de las migraciones más trascendentes que experimentaría esta tierra.
El impacto sobre la vida y la cultura de sus habitantes sería avasallador. Cuando de sus labios salió esa expresión: “Tecpán-Coactemalan” simplemente describían lo que veían: palacios rodeados de profundos bosques. Hablaban de Iximché (árbol de maíz), ciudad sagrada del reino Kaqchiquel.
El maíz dio nombre a aquella ciudad y pareciera que al adentrarse uno en Guatemala, ese nombre toma sentido: el sagrado acto de nutrirse gira alrededor de un grano fundamental.
El dato nos enseña que toda gran cultura se funda sobre la posibilidad del sustento.
Mesoamérica surgió esplendorosa gracias al desarrollo científico y tecnológico del maíz. No se trata de un cultivo salvaje, sino domesticado durante cerca de 8 mil años con impecable técnica genética. Si los Mayas reconocen su sacralidad, si reconocen que su propia carne terrena surge de allí, es justamente por eso: el maíz permitió el florecimiento de todo lo demás. Arte, ciencia, espiritualidad encuentran su expresión metafórica en las tres piedras que sostienen el fuego sagrado…
Y viene a mi mente lo que más tarde nos contaría el Tata Pacal Nawal Oxlajuj No’j: «nuestros ancestros escogieron la milpa porque necesita pocos días de trabajo. Eso los dejaba libres para la parte más importante del quehacer: el desarrollo de su propia humanidad. El recordatorio se repite, una y otra vez, en las cocinas de los pueblos mayas: el fuego se junta sobre tres piedras. También sobre tres piedras se sostiene la piedra de moler».
Iximché, se convierte en una señal: el maíz alimenta la carne y eso permite el florecimiento de lo humano, expresado a través del arte, de la ciencia y del espíritu (las tres piedras que sostienen el fuego que sirve para cocinar). Recordarlo cada día en el acto de nutrirse, resulta una enseñanza cotidiana: el maíz es sagrado justamente por lo que permite.
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